Hay cracks que nacen para vacunar a ciertos clubes. Son los elegidos del balón para lucirse especialmente contra algunos equipos. Uno de ellos fue Cuauhtémoc Blanco con Pachuca, rival que fue víctima de sus talentos y virtudes como futbolista.

Quizá muchos americanistas se hayan olvidado de lo que hizo en el Invierno ‘98 contra los Tuzos de Javier Aguirre.No fue un partido cualquiera debido a las situaciones que se registraron. Terminó con un empate a tres goles, lo que bien podría traducirse en un juego espectacular. Y sí, en cierta medida lo fue.

La épica corrió a cargo del América. El árbitro León Padro Borja estuvo cerca de robarse el protagonismo del partido pero apareció Cuauhtémoc Blanco para llevarse la noche, acaparar las noticias deportivas y causarle pesadillas a Pachuca.

Las Águilas se fueron al medio tiempo con tres expulsados; Padro Borja le mostró la roja a Raúl Rodrigo Lara, Isaac Terrazas y Raúl Gutiérrez, tres hombres de vocación defensiva. Con ocho hombres, empatado a uno el juego y con el cuchillo entre dientes para resistir lo que en teoría sería una embestida de los Tuzos, América se agrandó.

Ante la ausencia de Carlos Reinoso en la banca, expulsado también por el silbante antes de culminar el primer tiempo, Cuauhtémoc Blanco se encargó de liderar la sorpresiva postura ofensiva del América.

Pachuca no pudo descifrar ni detener a Blanco, quien fue un dolor de cabeza y mantuvo ocupada a la defensa tuza. A pesar de tener tres elementos más que el anfitrión, el equipo de Hidalgo no pudo sacar provecho de la superioridad numérica al descontrolarse con la postura de todo o nada, proponer o salir goleado, que formularon las Águilas.

Autor de los tres goles americanistas, Cuauhtémoc hizo del tercero un auténtico poema. Un cobro de tiro libre de larga, muy larga distancia, dejó parado y boquiabierto a Nicolás Navarro, que solamente tuvo que resignarse al golazo clavado en su portería. ¡Han pasado 23 años de aquella pintura!

Nueve años después…

Como si se tratara de una copia calca del golazo anotado en el Azteca durante el Invierno ‘98, Cuauhtémoc Blanco le repitió la dosis poética al Pachuca, pero en el estadio Hidalgo. Fue en la final del Clausura 2007.

A diferencia de Nicolás Navarro, Miguel Calero sí se lanzó con intención de arruinar la genialidad de Blanco, sin embargo fue en vano; el balón era imposible de atajarse por su precisa trayectoria al ángulo.

Muchos decían que Cuauhtémoc ya era viejo, que sus mejores años habían pasado. Lo que nunca contemplaron sus detractores fue su toque, una virtud que no tiene fecha de caducidad para los dotados.

Desafortunadamente para el América, el gol del crack no sirvió de mucho, porque Juan Carlos Cacho empató aquel partido a ocho minutos de final, lo que significó el título para los Tuzos. No obstante, la memoria colectiva de los futboleros recuerdan más la obra de arte hecha por Blanco que el campeonato del Pachuca.