Por “jugarretas” del destino parecía que este Clásico me lo iba a perder, era inaudito que alguien como yo que va a toda la campaña de local se perdiera el partido más importante de la temporada, pero así iba a ser, la acreditación que suelen prestarme esta ocasión no dispondría de ella, lo peor es que fui avisado justo el sábadoen la tarde, con un margen de acción mínimo o más bien nulo. Lo peor de todo es que un amigo había sacado únicamente dos entradas pensando que yo estaría acreditado. Al mediodía del domingo recibí una llamada “alentadora” deun amigo que me comentaba sobre la “chance” de conseguirme una acreditación, pero no era seguro, la cosa era ir al estadio y jugármela. La ventaja de vivir muy cerca del Estadio Azteca me daba el valor de intentar entrar y en caso de fallar poder volver a casa para seguir las acciones del partido por televisión. La lluvia se hizopresente por la tarde al sur de la ciudad, la calzada de Tlalpan estaba cerrada por la feria de Santa Úrsula, por lo que llegar al inmueble dos veces mundialista se complicaba más de la cuenta y mi presunto salvador no llegaba. En lo que esperaba me encontré con otro amigo que esperaba a su vez a otro amigo más que era el que tenía las entradas de ellos dos, (por cierto el hombre que venía en camino, fue a quien no le encargué la entrada). La mala suerte se apoderaba de nosotros ya que le sustrajeron las entradas y su cartera en el tren ligero, por lo que la teoría de terminar viendo el partido en mi casa cada vez tomaba más fuerza. Cuando por fin llegó mi “paladín” me dijo que lo esperara en la reja que está justo enfrente de las taquillas, eran ya las 4:10 pm, yo sin entrada y sin acreditación, de repente un “ángel” vestido de señor americanista le gritó a un chavo que estaba esperando a alguien que le sobraban dos entradas que se las regalaba, en cuanto escuché que no las necesitaba me avivé y le dije al señor que si me las regalaba a mí, por suerte me dio las dos y le marqué a mis amigos. Ya teníamos dos entradas, sólo faltaba una más, y en esos precisos momentos recibí un mensaje avisándome que no me iban a poder meter al partido, pero ya con los boletos en mis manos no me alarmó el dichoso SMS. La suerte que nos estaba dando la espalda nos comenzaba a sonreír nuevamente, ya que a otro amigo le habían quedado mal con unos boletos y le sobraban tres, así que hicimos un canje de las dos entradas y nos ubicamos en la zona preferente. Al minuto 1 ya estábamos en la localidad con una vista muy buena y aparte nos tocó estar del lado del que Pável cobró la falta para el gol de Aquivaldo, la algarabía por el gol perpetrado ante el odiado rival se desató, el gol lo gritamos con todo, nos quitó la tensión que traíamos arrastrando en los minutos previos al partido por la incertidumbre de entrar o no. Un amplio sector de la “prensa especializada” ha buscado demeritar el Clásico “argumentando”, según ellos, que no hay pasión, sin embargo la gente jugó su partido, gritó, reclamó, festejó, echó porras, disfrutó, sufrió cada minuto y cada jugada. La tribuna estuvo prácticamente llena, al finalizar el partido el americanismo festejó con todo esta merecida victoria sobre el acérrimo rival. Los jugadores reconocieron a la afición, se juntaron todos en el círculo central fundiéndose en abrazos y felicitaciones, aprovechando que ya estaba obscuro en la capital detonaron juegos pirotécnicos para gozar estos tres puntos. Esta es la primera vez que sufro tanto para entrar a un Clásico, por fortuna todo salió en orden, pude entrar a ver el juego y lo mejor de todo es la victoria que me regaló el equipo porque en un par de días, ¡cumplo años! Si mi memoria no me traiciona, es la primera vez en torneos cortos (instaurados en 1996) que el América gana los dos Clásicos en una misma campaña (3-2 a Cruz Azul y 1-0 a Chivas). Por Jorge Eduardo Gutiérrez, colaborador de AméricaMonumental.com Foto: AméricaMonumental.com