El americanismo arrancó el Clásico con ilusión: Allan Saint-Maximin asumió la batuta desde el minuto uno, ganó duelos, atrajo dobles marcas y encendió al estadio. Su primer tiempo fue gasolina pura para un América que parecía listo para quebrar el encuentro por banda.
Pero tras el descanso el libreto cambió. El francés se desinfló: menos sprints, menos ruptura y menor tasa de éxito en el uno contra uno. Ahí llegó la decisión de André Jardine: mover la pieza que había sido faro en la primera mitad para intentar recuperar control interior y piernas frescas por fuera.
¿Por qué salió Saint-Maximin en plena noche grande?
La lectura interna fue funcional: al caer el volumen de desequilibrio de Saint-Maximin y diluirse su retorno defensivo, el equipo quedó partido. La sustitución buscó oxígeno en la presión tras pérdida y más repeticiones de pase para volver a empujar al rival hacia su área.
El plan del América que se perdió sin Fidalgo
La otra variable fue determinante: la salida de Álvaro Fidalgo por un golpe en la rodilla. Sin su metrónomo, el mediocampo perdió timing, limpieza de primer pase y pausas para elegir el lado fuerte. La doble desconexión: Saint-Maximin fuera y Fidalgo al banquillo, restó creatividad y profundidades alternas: menos toques finos entre líneas, menos remate en segunda jugada.
El mensaje de Jardine fue de gestión y supervivencia, pero la noche exigía desequilibrio. El aprendizaje es nítido: si Saint-Maximin cae de energía, el equipo necesita una válvula de gambeta inmediata o compensar con ritmo interior; sin Fidalgo, cada transición pide una decisión simple y vertical.